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El más oscuro de todos

El Señor de los Anillos, Harry Potter y Star Wars. Aparte de ser unas de las sagas cinematográficas sobre fantasía más exitosas de los últimos tiempos, las tres tienen en común, dentro de sus respectivos argumentos, una característica ciertamente peculiar: al malo de turno se le considera un “Señor Oscuro”. Me estoy refiriendo, dicho sea de paso, a las adaptaciones cinematográficas y no a las literarias, porque entiendo que es más fácil que el lector haya visto las películas antes que haberse leído los siete libros de Harry Potter, los tres que componen El Señor de los Anillos (sin contar otros relacionados, como El Silmarillion, El Hobbit o Historia de la Tierra Media) y las innumerables historias, adaptadas a la novela y al cómic, del universo expandido (ahora denominado Legends) de Star Wars.

Partiendo de esa base, y como buen fanático de las narraciones fantásticas, a veces me he hecho preguntas del tipo: “¿Quién ganaría en una pelea entre Goku y Superman?” o “¿Los pokémon son comestibles o los entrenadores sólo los capturan para entrenarlos?” o, por qué no “¿Cuánto éxito cosecharía Míster Fantástico si trabajase en la industria del cine porno?”. En este caso, la cuestión que quiero plantear aquí es quién sería el Señor Oscuro más poderoso, si Darth Vader, Sauron o Voldemort. He aquí mi reflexión.

En primer lugar, en un hipotético combate entre Sauron y Lord Voldemort, la cuestión parece difícil, ya que ambos son diestros hechiceros. Para más señas, el primero es un maia (algo así como una especie de ángel) y el segundo es un despiadado mago que sólo teme al gran Albus Dumbledore, lo cual es decir mucho. Con todo, y aunque parezca que un ser divino tiene las de ganar, Sauron no sólo es mortal sino que además perdería en esta contienda. ¿Por qué? Cabe decir que, antiguamente, era conocido como un cambiaformas y como señor de los licántropos y, más tarde, como el Nigromante, pero nunca como un luchador feroz; su verdadero poder no reside en sus capacidades físicas o mágicas, sino en su habilidad para influir, persuadir o dominar a otros. Para poder controlar a los enemigos, en la Segunda Edad tuvo que valerse de los Anillos de Poder y, para acrecentar sus fuerzas, forjar el Anillo Único. Es decir, su estrategia no se basaba en el enfrentamiento abierto, sino en el engaño y la astucia. Ya en la Primera Edad, mucho antes de los acontecimientos de El Señor de los Anillos, casi muere cuando adoptó la forma de un lobo gigante. Y, muchos siglos después, el hijo del rey de Gondor le venció en un combate cuerpo a cuerpo con una simple espada. Si un humano pudo destruirle con el acero, ¿qué no podría hacer Voldemort con una varita mágica, una capacidad inmensa para deleitarse con el dolor ajeno y unas cuantas Maldiciones Imperdonables, máxime si emplea el Avada Kedavra? Si nos refiriéramos al Sauron de la Tercera Edad, su supervivencia residiría en un objeto diminuto como es un anillo, que, aun siendo dichosamente difícil de destruir, no deja de ser un objeto.

Del mismo modo, una lucha entre Sauron y Darth Vader culminaría con la victoria de quien otrora se llamaba Anakin Skywalker, y los argumentos que esgrimir aquí no variarían gran cosa con respecto al caso anterior. Aunque el sith no es técnicamente un mago, su poder deriva de su gran sensibilidad hacia la Fuerza, una especie de energía mística que rodea y penetra en los seres vivos y que se expresa a través de los midiclorianos, unos microorganismos que actúan por simbiosis. Si una espada corriente puede contra Sauron, una espada láser, capaz de cortarlo todo, más aún. Me arriesgaría a pensar que hasta podría cortar el Anillo Único si, por todo, entendemos absolutamente todo. Y, por si eso no fuera suficiente, Vader puede emplear la Fuerza para asfixiar a sus enemigos incluso desde distancias considerables. ¿Qué oportunidades tendría entonces el Señor de Mordor contra la mano derecha de Palpatine, un ser aún más fuerte que el propio maestro Yoda?

Ya por último, en un teórico enfrentamiento entre Darth Vader y Voldemort, ambos con grandes habilidades en el combate, desentrañar la cuestión se vuelve ahora especialmente peliagudo. El arma del bueno de Tom Riddle es una varita con la que puede controlar su entorno prácticamente a su antojo (no hablemos ya de la Varita de Saúco, aunque ésa nunca le perteneció en realidad). Además, el Avada Kedavra funciona como algo peor que un disparo: el hechizo mata con sólo alcanzar a otro ser vivo, aunque le dé en un pie y, a no ser que tu madre te proteja como le pasó a Harry Potter, el rayo verde te deja frito ipso facto. Por otro lado, las maldiciones Crucio e Imperius pueden someter y reducir al enemigo, bien mediante la tortura o bien mediante el control físico y mental.

Dicho esto, parece que Voldemort se coronaría como ganador, pero recordemos que las maldiciones, una vez que las escupe la varita, se vuelven, de alguna manera, “físicas”, es decir, pueden chocar contra una barrera tangible y dejar de ser efectivas. Un hechizo puede toparse con otro y enzarzarse en una lucha de fricciones hasta que uno acabe por neutralizar al contrario. Ahora bien, conviene señalar que la hoja de un sable láser es indestructible, luego puede servir perfectamente como barrera. Como ejemplo, en La Venganza de los Sith, el pobre maestro jedi Mace Windu se protegía mediante el uso de la espada de los rayos que Palpatine le lanzaba con las manos (un ataque que podríamos considerar, más o menos, como un hechizo). Además, antes de que Voldemort pudiese lanzarle una maldición a Vader (si es que acierta, porque sus brazos y piernas son mecánicos y, de apuntarle ahí, no lograría matarle), el sith bien podría asfixiarlo empleando la Fuerza o arrebatarle la varita desde la distancia. Si hablamos del cuerpo a cuerpo, una hoja de luz capaz de atravesarlo todo resultaría mucho más eficaz, incluso si antes de matar a Voldemort hay que quitar de en medio los siete horrocruxes en los que guarda los trozos de su alma (pobre Harry).

Por supuesto, no considero que ésta sea una respuesta absoluta al acertijo;  otras personas podrían llegar a una conclusión diferente partiendo del mismo problema y, razonablemente argumentada, podría ser igual de válida. No obstante, yo me quedo con la que acabo de plantear.